Cuando hablamos de poner límites, muchos papás creen que se trata de mostrar al niño que no todo es permitido. Que no puede hacer todo lo que quiere, y que necesitan aprender a escuchar un “NO”. Obviamente, con esa manera de ver las cosas, los límites pueden volverse muy arbitrarios. Creo que es por eso que muchos papás y mamás dicen “no sé dónde y cuándo (o cómo) poner el límite”.

¿Te reconoces?

Para mí, poner límites es un asunto principalmente de que todos tenemos necesidades diferentes. Y cuando alguien intenta pasar por encima de una necesidad mía, yo tengo que poner un límite.

Te pongo un ejemplo: si estoy muy cansada, y necesito paz y silencio, no funciona para mí si mi hijo (u otra persona) pone música muy fuerte. Necesito en ese caso poder comunicar mi necesidad de paz, y mi deseo de que se baje el volumen.

Sin embargo, al hacer eso, probablemente estoy sin reconocer que mi hijo también tiene una necesidad que se traduce en querer escuchar música fuerte. ¿Cuál sería la necesidad? Tal vez divertirse, celebrar, sentirse vivo, fuerte, poderoso… Yo qué sé.

La cosa es: ambos tenemos una necesidad diferente que se traduce a través de estrategias distintas: él pone música y yo me encierro.

Para que puedas poner límites de manera respetuosa, necesitas reconocer que ambos tenemos necesidades y que esas necesidades se merecen ser satisfechas. No se trata de que tú te impongas. Tampoco de que tú “ganes”. Y no se trata de que sólo tú tengas tu necesidad satisfecha.

Poner límites significa en conjunto con tu hijo hay que encontrar formas de solucionar el problema de una manera que funcione para ambos.

Ahora, también hay que reconocer, que no siempre va a ser posible satisfacer cada necesidad de nuestros hijos. Si te piden a las diez de la noche hacer un pastel, tienes todo el derecho de decir: “No mi amor, yo ya estoy cansada y necesito dormir. Mañana con mucho gusto buscamos una receta y preparamos uno”.

Y no pasa nada si tus hijos se frustran, se molestan y lloran. Es normal cuando sienten decepción porque tenían la necesidad de explorar y divertirse.

Reconócelo, valida lo que sienten y diles que es normal sentir eso, que lo lamentas mucho pero eso no cambia tu postura. No tengas miedo de la emoción intensa de tus hijos. Las emociones no son malas, y es mejor que las saquen y que puedas sostener ese espacio para ellos.

Aquí te van los seis pasos que te pueden ayudar a poner límites de manera respetuosa:

1) Deja de buscar métodos y trucos sencillos. Enfócate en construir y mantener la relación con tus hijos. Acepta que sus pensamientos, emociones, necesidades y planes son igual de importantes para ellos, que los tuyos para ti.

2) Entiende que siempre hay muy buenas razones detrás del comportamiento de un niño. Su comportamiento no es un problema, sino nada más una estrategia para satisfacer una necesidad básica. Averigua cuál es, y vas a poder ayudar a tu hijo a encontrar otra estrategia que funcione mejor para todos.

Para que un niño deje de hacer lo que hace, no funciona con prohibirselo, o intentar castigarlo. Porque la necesidad sigue siendo insatisfecha, y el niño seguirá buscando otras estrategias (que probablemente no te gustan mucho) para lograrla satisfacer.

3) Ponle palabras a la necesidades de tu hijo y comunica las tuyas con él. Sólo cuando logramos explicarle al niño por qué tal y tal cosa es importante para nosotros, le pueden despertar las ganas de contribuir a la satisfacción de nuestras necesidades. Si no expresas por qué algo es importante para ti, ¿cómo van a aprender tus hijos que los demás también tienen necesidades?

4) Compartan necesidades y encuentren soluciones que funcionen para todos. La pregunta clave es: ¿qué podemos hacer para que esto funcione para ambas partes? O, en otras palabras: ¿cómo podemos lograr satisfacer las necesidades de los dos? Los dos deben sentir que salen ganando. No se trata de que uno pierda.

5) Muestra que tomas las necesidades de ambos en serio. Eso es lo que va a generar la gran diferencia. Hablar con el niño/niña de cómo resolver las cosas conjuntamente, requiere de ti flexibilidad, cero prestigio, una escucha activa y empática y una verdadera voluntad de encontrar soluciones que funcionen para ambos.

6) Trata a tus hijos como las personas que son. Son seres humanos valiosísimos, y eso debe de permear toda tu actitud.

Si quieres aprender más, te recomiendo el minicurso Poner límites con respeto. Lo encuentras aquí.