Los niños también son personas. Lo digo con frecuencia, y al escucharme veo que muchos adultos reaccionan con sorpresa. A veces los escucho hablar de la diferencia entre “las personas y los niños”, como si fuéramos dos especies diferentes. Y tal como muchos adultos tratan a los niños, me queda muy claro que para ellos los niños son todo, menos seres humanos completos. Este comportamiento tiene un nombre: se llama adultismo. 

Los niños también son personas, y como seres humanos compartimos las mismas necesidades básicas, que son universales. Todos necesitamos poder conectar con otras personas,  sentirnos capaces, ser independientes, tener autonomía y toma de decisiones, libertad de ser, tener paz y tranquilidad (física y mental/emocional), recibir atención y cariño, sentir que otros confían en nosotros,  poder expresarnos libremente, ser aceptados/vistos/escuchados por como somos, poder contribuir a este mundo y sentir que nuestra presencia importa, sentir que pertenecemos, sentirnos respetados y tomados en cuenta, tener privacidad, poder recibir ayuda y apoyo cuando lo requerimos, sentirnos protegidos y en seguridad; y por último, poder satisfacer nuestras necesidades físicas (movimiento, descanso, nutrición, afecto, etc.).

De hecho, todo lo que hacemos está siendo motivado con tal de satisfacer una necesidad básica específica (o varias). Es lo mismo para los niños como para los adultos. 

La gran diferencia entre los adultos y los niños, es que los adultos somos capaces de satisfacerlas solos. Los niños, sin embargo, no pueden siempre satisfacer sus necesidades, ya sea porque no logran expresarlas suficientemente bien, o porque el adulto no los deja.  Lo observo casi a diario adonde vaya: en un café, en el super, en el kinder que dirijo, y quiero compartir por qué se ha vuelto tan importante para mí insistir en que los niños sí son personas y compartir cuáles son las maravillosas consecuencias cuando los tratamos como tales. 

Para mí, el escuchar compasivamente al niño e intentar entender qué necesidades hay detrás de su expresión emocional, es la clave del empoderamiento y del sano acompañamiento del desarrollo de un ser humano joven. Sólo  así desarrollará una sólida autoestima y una confianza en sí mismos. 

Sólo así se podrán desenvolver como las personas que son y querrán ser. 

Apoyarlos de esa manera, tendrá como consecuencia que verdaderamente desarrollen la máxima expresión de la visión más grande que ellos mismos pueden llegar a tener de sí mismos (un proceso en desarrollo constante hasta el día que partamos de este mundo). Por ende esto, se vuelve entonces la tarea más importante del adulto. Si lo hacemos así, ya no necesitamos preocuparnos por lo que van a ser ellos de grandes. Niños que crecen sabiendo quiénes son, lo que les gusta y lo que quieren, niños que se sienten escuchados, respetados y apoyados, tienen todo lo que hace falta para poder crear la vida que deseen. Superan casi cualquier obstáculo, y cuando fallan tienen la seguridad y la resiliencia de volver a intentarlo. Si lo dudas es porque tú no tuviste la fortuna de crecer así. 

Los bebés manifiestan desde el inicio sus emociones, y todo lo que piden es que les ayudemos a satisfacer sus necesidades básicas. Lloran para indicar que tienen hambre (“Quiero comer”), cuando tienen sueño (“quiero dormir”), cuando quieren ser acurrucados y apapachados (“quiero dormir pero no puedo sin tu presencia”; “me siento solo, ven a abrazarme, no sé qué me pasa, pero sé que te necesito para sentirme mejor” etc.). Saben expresar que necesitan algo, y les toca a mamá y papá entender qué. 

Mientras los niños son bebés, la mayor parte de los papás parecen entender esto. Conforme se van desarrollando en niños pequeños, algo cambia. Por un lado, los papás dejamos de entender que los niños (como todas las personas) siempre actúan de tal modo que intentan satisfacer sus necesidades básicas. El resultado son adultos que pensamos que los niños son manipuladores, que necesitan ser controlados para comportarse “bien”. 

Además, no creemos que los niños sean tan capaces como realmente lo son, e interferimos muy rápido. Pero también, es frecuente que los adultos pongamos expectativas demasiado altas en capacidades que todavía no están desarrolladas en niños pequeños, como el quedarse quietos y obedecer órdenes. Generalmente, es porque los niños tienen otras necesidades básicas que interfieren con las expectativas nuestras, y son necesidades que urgen satisfacer: como moverse físicamente y explorar su entorno con libertad. 

Todo esto en conjunto, lleva a los adultos a creer que los niños no son capaces, que no se puede confiar en ellos y que los tenemos que controlar, supervisar y dominar para que se desarrollen en “buenas personas”. El resultado es que en vez de apoyar a los niños, hacemos todo lo contrario y por pura ignorancia evitamos completamente satisfacer sus necesidades básicas. 

Entonces, ¿qué nos toca hacer, como adultos más conscientes? 

En cuanto a las necesidades físicas uno podría imaginarse que fuera fácil: proveer de un pañal limpio después de haber satisfecho la necesidad de orinar; o dejar una jarrita de agua al alcance del niño para que pueda servirse agua solo para apagar la sed; dar un abrazo cuando el niño expresa necesidad de cariño y conexión.  Pero muchas veces me doy cuenta que la intervención del adulto para nada tiene como fin apoyar al niño de satisfacer estas necesidades. De hecho creo que muy pocas veces es así.

En una escuela convencional, por ejemplo, los niños no pueden ir al baño cuando lo necesitan. Aún si piden permiso no hay certeza de que sí vayan a poder ir. Eso depende de la bondad del maestro. Y no pueden tomar agua si tienen sed. O llevar ropa cómoda que facilita su bienestar físico y por ende su capacidad de enfocarse y aprender. Al contrario: el adulto hace todo para controlar al niño y someterlo a su voluntad: una voluntad que se basa en todo, menos las necesidades de los niños. 

En una familia, es más que común que una mamá escuche “consejos” estilo de no consentir a su hijo abrazándolo. Esto lleva a privar a los niños pequeños, vulnerables y expuestos, del contacto físico, del cariño, de la atención, del afecto y de la protección que tanto necesitan para poder desarrollarse como seres plenos. Lo cual afecta a la formación de todas las conexiones neurológicas que sólo se desarrollan por haber sido cargado, abrazado y acariciado. 

Los adultos solemos pensar que así dejarán de molestar. Puede que un niño, después de darse cuenta que nadie viene, deje de llorar (y deje de molestarnos con su llanto). Pero eso no significa en lo más mínimo que ya no tenga la necesidad de todo lo antes mencionado. 

Al contrario, seguramente lo necesitará aún más, ya que cualquier necesidad insatisfecha se genera una emoción desagradable (angustia, tristeza, frustración, enojo, confusión, por mencionar algunas). Pero el niño entiende que no ya vale la pena pedir lo que necesita, porque por alguna razón no se le concede.  Y en vez de desarrollar una autoestima sólida, se vuelve un ser frágil que siente que no vale nada, situación que le afectará el resto de su vida. 

En cuanto a las necesidades más abstractas, observo que la gran mayoría de los adultos no tenemos ni la más mínima claridad. Ni siquiera hay conciencia de que tienen necesidades básicas (las mismas que nosotros), y menos todavía que hay que apoyarlos a que se satisfagan para que se desarrollen sanamente. Si no,  ¿cómo podrán en algún momento aprender a escucharse, entenderse, respetarse y escuchar al otro, entenderlo y respetarlo?

Con frecuencia, si no nos metemos en su proceso, sí son capaces los niños de satisfacer varias de sus necesidades básicas. El problema es que frecuentemente, para lograrlo, los niños usan estrategias que chocan con nuestras propias estrategias para satisfacer nuestras necesidades. Esto nos lleva a imponernos, priorizando lo nuestro como algo más importante que lo de los niños (después de todo somos adultos y por ende más importantes). La consecuencia es una opresión activa hacia los niños, en donde les privamos de oportunidades de crecimiento y desarrollo completamente orgánicos. ¿Cómo se ve en la realidad? Sigue leyendo…

Todos los humanos queremos sentirnos capaces. ¿Cuántas veces, sin pensarlo, intervienes cuando un niño intenta hacer algo por sí solo? Le sirves agua porque si dejas que lo haga, la tirará por el piso. Le pones sus zapatos, porque si no tarda demasiado y tú tienes prisa. Está buscando cómo subirse en un árbol y tú lo bajas de ahí diciéndole que se va a caer. Quiere ayudarte a picar verduras y tú tienes miedo a que se corte los dedos y le dices que no (además es un caos cocinar con niños y prefieres hacerlo tú sola). Piénsalo y examínate honestamente. 

Todos los humanos necesitamos ser independientes y tener autonomía. ¿Cuántas veces decides tú por tu hijo cómo llevar el cabello? ¿Qué ropa llevar? ¿Si ponerse zapatos o no? ¿Qué jugar, cómo y con quién? ¿Qué actividades extracurriculares debe hacer? ¿Qué carrera escoger? Piénsalo y examínate honestamente. ¿Con qué frecuencia te metes en cómo hace tu hijo las cosas e impones tu decisión en vez de apoyarlo para que desarrolle su propia capacidad de tomar decisiones adecuadas? “¿Adecuadas? Pero, solo es un niño.” Sí, lo es, pero si nunca tiene el derecho de tomar decisiones, cometer errores, evaluar el resultado y aprender a volver a tomar una decisión más adecuada, ¿cómo y cuándo crees que lo va a aprender?

Quieres que tu hijo se vuelva un ser autónomo e independiente, pero tu manera de interferir en ese proceso hace que no lo dejas aprender a serlo. “Sí”, me dirás seguramente, “pero mi hijo de tres años no es capaz de tomar grandes decisiones”. ¡Pues no! Pero en general un niño de tres ni quiere tomar decisiones demasiado grandes porque eso le generaría mucha inseguridad. Sólo necesita poder tomar decisiones que lo lleven a sentirse autónomo, respetado, escuchado y entendido. Y la toma de decisiones se necesita practicar. Podemos adaptar la toma de decisiones de acuerdo a cada edad y capacidad individual. Si no, lo único que va a pasar es que no habrá tomado ninguna decisión y de repente, a los 18 cumplidos, se le exija que tome la mayor decisión de su vida: qué carrera elegir. 

Todos los humanos necesitamos tener libertad de ser. ¿Con qué frecuencia opinas acerca de cómo es tu hijo? ¿Cuántas veces te gustaría que fuera más como su hermano o hermana mayor, su primo, el hijo del vecino, o como tú? ¿Qué tanto aceptas realmente a tu hijo tal y como es? Piénsalo y examínate honestamente. ¿Qué tanto opinas acerca de cómo es tu hijo y qué tan frecuentemente no lo aceptas incondicionalmente por lo que es o por sus decisiones de vida?

Todos tenemos el derecho de ser quienes somos y ser aceptados como tales, sin juicio, sin rechazo. Tenemos el derecho de opinar, y a veces nuestros hijos opinan muy diferente a nosotros. Está bien. Eso significa que están pensando y reflexionando. Tenemos el derecho de tener nuestros propios gustos. Nuestra preferencia musical tal vez difiere de la de nuestros hijos, ¿y qué hay de  malo en eso? Son gustos nada más. No hay un gusto correcto o incorrecto. Tenemos todo el derecho a nuestra espiritualidad. Tal vez nosotros creemos en dios, pero nuestros hijos no (o creen en un dios diferente). Es un derecho humano creer o simplemente no creer. Tenemos todos el derecho a nuestro cuerpo y a nuestra sexualidad. Los niños igual. ¿Aceptas a tu hijo incondicionalmente? Aún si resulta tener una preferencia sexual diferente a la tuya? Pregunto, porque veo que para muchos papás ése es el tabú más grande de todos y yo prefiero poner las cartas en la mesa. 

¿Quieres que tu hijo desarrolle una autoestima sólida, con claridad de lo que quiere, de lo que le gusta, de lo que es capaz, de lo que quiere lograr y de todo lo increíble que pueda ser? Acéptalo tal y como es, sin juicios ni prejuicios. 

Todos tenemos el derecho a expresarnos libremente. ¿Qué tanto aceptas las emociones de tu hijo y su expresión de las mismas? “Qué feo te ves enojado”; “Los varones no lloran”; “No pasa nada”; “Si no te calmas te voy a dar una”. ¿Cuántas veces estás intentando controlar la expresión emocional de tu hijo? Piénsalo y examínate honestamente. ¿Con qué frecuencia intentas apagar la emoción de tu hijo con tal de que no genere angustia en ti, que no te esté molestando o que no te de pena frente a otros adultos; y un sinfín de razones más?

Todos tenemos el derecho de sentir lo que sentimos. Las emociones son naturales, y necesitan ser sentidas, expresadas y entendidas con tal de no volverse emociones estancadas. Además, tienen todas una razón de ser. Las emociones agradables indican que nuestras necesidades básicas están siendo satisfechas, y las desagradables que están insatisfechas. Sirven de brújula para saber qué hace falta. Nada más. 

¿Quieres que tu hijo desarrolle autoconocimiento y que sepa manejar sus emociones? Deja que exprese sus emociones y muéstrale interés genuino. Cuando escuchas genuinamente a tu hijo e intentas comprender su emoción y la necesidad que hay debajo de ella,  no sólo se siente valorado por quién es. También se siente tomado en cuenta y respetado, y además le muestras cómo desarrollar autoconocimiento. Después (no antes), tú puedes compartir lo que sientes con la conciencia de que estás modelando cómo expresar emociones. Así también aprenderá a escucharte  y respetar cómo te sientes: aún cuando no estén de acuerdo en algo. Sin embargo, si tu deseo oculto es lograr que haga lo que tú quieres, esto no va a funcionar. Y si quieres obligarlo a que te escuche a ti primero  y que te haga caso, no vas a tener el mismo resultado.

Por el contrario, si además de escucharlo genuinamente, logras mantener la calma a pesar de las emociones revueltas que sientes, le estarás mostrando a tu hijo cómo desarrollar autocontrol.

Ahora, tenemos todos una elección que hacer. Podemos seguir como siempre, repitiendo los patrones de adultismo de las generaciones anteriores, generaciones que no sabían qué hacer. O, podemos entender qué tan fundamentalmente importante es hacer todo lo que podamos para cambiar nosotros los patrones bajo los cuales crecimos y crear nuevos modelos de crianza y de educación pacíficas.

Los niños también son personas, y es hora de empezar a tratarlos como tal. Si pretendes lleva una crianza respetuosa, la verdad es que no tienes otra opción. 

Sólo así podrán nuestros hijos volverse seres plenos que han sido escuchados, tomados en cuenta, respetados, aceptados por quienes son. Y ese tipo de personas se comportan de la misma manera hacia los demás. Es la manera más eficaz para poder salvar nuestro planeta. Tú tienes este poder en tus manos. Tu labor como adulto es liderar a través de tu propio ejemplo.  Como decía Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo.”

Si quieres aprender más sobre cómo tratar a los niños con respeto, puedes conseguir unos de mis cursos aquí.